viernes, 18 de diciembre de 2009

YE ME DIO MIEDO

Todo indica que uno puede salir a la calle y platicar con su vecino, hacerle unas preguntas, incluso lograr que él te muestre algunas fotografías de su vida, de su pasado, pero lo que no se vale
no se vale, repito, no se vale, es que lo desarmen a uno, que le obliguen a pasar malas noches imaginando que lo que era una pesadilla se convirtió en algo con cuerpo y ánima, y es que...
Me explico.
El departamento donde vivo no es muy grande. Apenas tres habitaciones, un baño, la cocina y el vestidor. Es decir, en veinte pasos se puede recorrer todo el maldito chunche y percibir qué existe en dicho espacio: un sillón, libros, una cama desprolija, comida, artículos de aseo...
¿Pero un guajolote?
¿Dónde carajo se esconde un guajolote?
O sea, tendría que estar demente para no percibir que en mi habitáculo subsiste en calidad de clandestino una maldita ave, un avechucho, ¡un guajolote!
Y digo avechucho porque siendo clasista preferiría fuese un faisán o pavorreal, o una guacamaya. (No, guacamaya no, terminaría ahorcándola.)
Pero un guajolote, ¡a ver, alégale!
¡Dios mío! Dicho animal ha logrado la cualidad de esconderse en grado sumo en mi territorio. Camuflarse.
O sea que en este momento dicha ave es parte de la mesa, o que sus plumas son ese montón de dvd´s que no sé dónde poner, o que su piel es tan semejante a la pila de periódicos que esperan irse a la basura.
Y todo para que yo no lo encuentre.
En fin, ¿por qué les cuento todo esto?
Aahh, pues porque cuando termine la entrevista con mi vecino el carpintero, me dijo:


VECINOS

Durante tiempo he pensado en presentar a mis vecinos. Los que me rodean en el barrio. Desde doña Esther quien amablemente aparta mi periódico los fines de semana, o Chavita el de la tienda a pesar de su eterno mal humor.
No es fácil pedirles que se dejen fotografiar, y es que acaso piensen que deseo meterme en sus vidas. No. Nada de eso. Un par de fotos y para de contar. El resto les sigue perteneciendo, así como yo seguiré siendo extraño para ellos.
El primero en aceptar fue mi vecino que trabaja cruzando la calle, el carpintero.
No sé su nombre, lo que sé es que su equipo de futbol es el Atlante, que le gusta la música afroantillana y que en su juventud reunió ambos gustos: jugar en un equipo y tocar en un grupo musical.
Aquí, unas fotos de mi vecino.

Lo siento, no sé cómo darle vuelta a la foto, pero en ella se aprecia una pared de su taller y se aprecia una foto el grupo de música en el que tocaba cuando joven. El resto a la derecha son los casetes que pone todo el día.

Mi vecino y sus compitas del grupo de música. Chequen el diseño de las camisas. Todos sonríen.

Platicando, sin dejar de chambear.

Y esta es sin duda la mejor de todas.

Casi sin palabras. Recordar a la nena que ha estado a tu lado y sonríe, y es feliz porque está contigo. Nomás por eso.
Carajo. Envidio esta foto.

EL POEMA PARA TESS

Todo el día estuve pensando en poner un postings que dijera "¡a la chingada todo!" Ya me cansé de mostrar mi lado cursi y romántico y adulcorado.
Sólo quedó en el pensamiento.
Terminé un guión, escribí unas notas, preparé comida.
Y me encontré (o me encontró) el libro de poemas de Raymond Carver, Todos nosotros.
El asunto del copy rigth me impide transcribir todo el volumen el cual no es fácil conseguir por estos lares.
Pero pos ya metidos en gastos, voy a postear un poema que la neta, me mata.
(Maldita sea. No puedo soltar mi lado cursi. Tal vez mañana sábado.)



PARA TESS


Afuera en el Estrecho el agua chapotea,
como dicen aquí. Anuncia tormenta, me alegra
no estar fuera. Contento porque estuve todo el día pescando
en Morse Creek, probando una Daredevil roja, lanzándola
una y otra vez. No saqué nada. Ni una pieza
siquiera, nada. Pero estuvo bien. Fue divertido.
Llevé la navaja de tu padre y durante un rato
me siguió un perro que su dueño llamó Dixie.
A veces me sentía tan feliz que tenía que dejar
de pescar. Una vez me tumbé en la orilla con los ojos cerrados,
escuchando el sonido que hacía el agua
y el viento en la copa de los árboles. El mismo viento
que sopla afuera en el Estrecho pero diferente, también.
Durante un rato incluso me permití imaginar que había muerto,
y eso estuvo bien, al menos durante un par
de minutos, hasta que la realidad caló en mí: Muerte.
Mientras estaba allí tumbado con los ojos cerrados,
justo después de haber imaginado qué ocurriría
si de veras nunca me levantara otra vez, pensé en ti.
Entonces abrí los ojos, me levanté
y volví a sentirme feliz otra vez.
Te lo debo a ti, ya ves. Quería decírtelo.



Raymond Carver